Nos remontamos a la mitad de la década de los 50. Diariamente, un joven de unos 16 años bajaba desde su humilde hogar en el barrio de Santa Inés a trabajar en la conocida fábrica viñamarina Ambrosoli en el área de envoltorios de caramelos. Su nombre, Armando Segundo Tobar Vargas.
Aunque junto con sus hermanos siente la responsabilidad de contribuir económicamente a su hogar -su padre falleció cuando tenía dos años-, su verdadera pasión era el fútbol, y, aunque sin tener zapatos de fútbol, ya destacaba ostensiblemente como delantero en su club amateur, el Cruz Verde. El rumor de su talento futbolístico llegó a oídos de la jefatura de la empresa. Eran tiempos en que se jugaban reñidos partidos con otras empresas del rubro, como Hucke y Costa. Era con esta última el verdadero clásico, y se jugaría en la cancha de las Salinas, pero hacían falta jugadores. Armando se excusa en que no tiene zapatos, pero su jefe no tuvo problemas en comprarle sus primeros zapatos de fútbol… Ese día hasta durmió con ellos.
El día del partido este joven, aún adolescente, demostró sus grandes aptitudes, luchando a la par con jugadores mayores y más fornidos, anotando más de tres goles. Ese partido tenía una visita especial. Se encontraba nada menos que un dirigente de Santiago Wanderers, quien, deslumbrado por el nivel de talento de Tobar, lo convence para probarse en el club. Un memorable jueves, Armando llega a las canchas del Valparaíso Sporting Club donde se desarrollaban pruebas de jugadores, cuyo evaluador era el mismísimo José Pérez. Luego de la práctica, el “Gallego” aprueba el ingreso de este joven a la reserva, pero le dice: “Tenés grandes aptitudes y fuerza, pero sos un poco flaquito aún. Seguí en esto, porque el talento está”. Tiempo después, don José declararía a revista Estadio: “Tobar es el jugador de reflejos más rápidos que he tenido a mi cargo… ¡Y mire que llevo años en esto!… Le puede improvisar sobre la marcha, cambiar el giro de una jugada instantáneamente. Es vivo el cabro”. La relación entre ambos sería como padre e hijo, a tal punto que Fernando Tobar, hijo de Armando, nos menciona que cuando falleció el Gallego, su padre lo lloró cerca de un mes…
Armando Tobar debutó oficialmente en el primer equipo el 6 de mayo de 1956, con solo 17 años, enfrentando de local a Palestino, donde marcó a los 28 minutos. De ahí en más, este joven veloz, potente, técnico, con espíritu de lucha y goleador innato no soltaría la “9” de Santiago Wanderers. Junto a otros jóvenes, como Carlos Hoffman por izquierda, Reinaldo Riquelme por derecha y con Jesús Picó desde atrás, formaron una delantera temible que fue protagonista en el vicecampeonato de ese año.
Pero el momento de gloria y marcado a fuego en el corazón de “Tamarindo”, fue sin dudas el título profesional de 1958 y la apoteósica celebración en Valparaíso. “Valparaíso, la Avenida Argentina, era un mar humano”, recordó.
Adicionalmente, obtuvo con nuestro club los títulos de Copa Chile 1959 y 1961.
Estas destacadas campañas, en las que sumó más de 50 goles con la camiseta verde, fueron las que lo catapultaron a la Selección Nacional, debutando en el Sudamericano de 1959. Al año siguiente formaría parte de la gira por Europa y en 1962 integraría el inolvidable plantel que terminó tercero en el Mundial organizado por nuestro país. También jugaría la Copa del Mundo de 1966 y por último el Sudamericano de 1967.
Luego de su retiro tuvo pasos por Wanderers como entrenador en los años 1981 y 1992.
Una larga y cruel enfermedad lo llevó al fallecimiento el 18 de noviembre de 2016, siendo sepultado en el Cementerio Parque del Mar de Concón.
Armando Tobar, wanderino, campeón y mundialista, unos de los mejores centrodelanteros de la historia del club y del fútbol nacional, que nunca sea olvidado.
Entrenando con la Selección en 1962, Revista Gol y Gol.
Celebrando un gol en 1956, revista Estadio.
Seleccionado juvenil en 1957, Estadio.
En la Revista Estadio, 1957.
Agradecimientos a don Fernando Tobar Boggiano.
𝐔𝐧 𝐚𝐩𝐨𝐫𝐭𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝐢𝐧𝐯𝐞𝐬𝐭𝐢𝐠𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐌𝐚𝐮𝐫𝐢𝐜𝐢𝐨 𝐋𝐚𝐫𝐜𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐢𝐚𝐠𝐨 𝐖𝐚𝐧𝐝𝐞𝐫𝐞𝐫𝐬